
Por Cristian Fierro Paredes
Introducción
En los últimos años, hemos visto cómo en muchas iglesias de nuestro país, el pastor se ha convertido en una figura central, casi intocable. Para algunos creyentes, su palabra pesa más que la Palabra de Dios. Su consejo es recibido como ley, su estilo es imitado, y su autoridad raras veces se cuestiona. Se oyen frases como: No toques al ungido, él no se equivoca, mi pastor me dio palabra viva, él es nuestro patriarca “todos le quieren tocar o darle la mano” o simplemente él no se se equivoca. Lo preocupante es que, en lugar de ver al pastor como un siervo de Cristo, como un guía que nos acerca a la verdad de Dios, muchos lo elevan al nivel de un ídolo.
La raíz de este problema no es tanto el carisma o la personalidad del pastor, sino la falta de conocimiento y discernimiento en el pueblo de Dios. Cuando la Biblia deja de ser el centro, el hombre ocupa ese lugar.
La pregunta que debemos hacernos entonces hoy es: ¿nuestro pastor nos guía a Cristo o lo hemos convertido en un ídolo?
Para entender lo complicado de esta situación es necesario definir qué es un ídolo, qué implicaciones tiene en nuestra vida y a la vez saber que es un pastor y cuál es su labor.
El peligro de la idolatría espiritual
La idolatría no siempre se presenta en forma de estatuas o imágenes. Muchas veces se esconde detrás de las figuras humanas que ponemos en un pedestal. La Biblia advierte claramente que la gloria le pertenece solo a Dios (Isaías 42:8). “Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas”1. Cuando un creyente admira más al pastor que al Señor, cae en un terreno peligroso.
El apóstol Pablo enfrentó este problema en la iglesia de Corinto. Algunos decían: “Yo soy de Pablo”, otros “Yo soy de Apolos” (1 Corintios 3:4). La división surgió porque comenzaron a exaltar al siervo en lugar de al Señor. Pablo fue tajante: ni él ni Apolos eran nada por sí mismos, sino simples colaboradores. El crecimiento lo da Dios.
Hoy no es distinto. Cuando los creyentes dependen más del pastor que de la Escritura, su fe no está cimentada en la roca, sino en la arena.
¿Qué es un pastor bíblico?
La Biblia presenta al pastor como un siervo (δοῦλος), no como una celebridad. Pedro exhorta a los ancianos a pastorear el rebaño “no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos del rebaño” (1 Pedro 5:2-3).
El pastor es un guía, un cuidador, un maestro fiel de la Palabra, pero nunca debe ocupar el lugar de Cristo. Jesús mismo se presenta como el Buen Pastor (Juan 10:11). Todos los pastores humanos son sub pastores que apuntan a Él.
El problema surge cuando los roles se invierten: el pastor empieza a disfrutar de la adoración de la gente, y los miembros se sienten más cómodos venerando a un hombre que obedeciendo a Dios.
La ignorancia bíblica: raíz del problema
La falta de conocimiento bíblico en las iglesias es una de las principales causas de este fenómeno. Oseas 4:6 lo declara con claridad: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”.
Cuando los creyentes no leen la Biblia por sí mismos, dependen enteramente de lo que el pastor dice. Esto genera una fe prestada, superficial y frágil. El resultado es un pueblo manipulable, incapaz de discernir entre la verdad y el error.
Un cristiano maduro compara todo lo que escucha con la Escritura, como hacían los de Berea (Hechos 17:11). Ellos recibían la enseñanza de Pablo con gozo, pero verificaban diariamente en las Escrituras si lo que él decía era verdad. Esa es la actitud que debemos imitar.
En muchos contextos actuales, el liderazgo pastoral se ha confundido con el estrellato. Se promueve más la figura del hombre que la persona de Cristo. Se aplaude más el estilo de predicación que la fidelidad al texto bíblico. Se mide el éxito ministerial por la cantidad de seguidores, vistas o invitaciones, en lugar de por la santidad y la fidelidad.
El problema no es solo del pastor que se deja adorar, sino también del pueblo que busca ídolos humanos. La iglesia no necesita estrellas; necesita siervos. La grandeza en el reino de Dios no se mide por la fama, sino por el servicio (Marcos 10:43-45).
Cuando el pastor se convierte en ídolo, se generan graves consecuencias: Dependencia enfermiza, donde los creyentes sienten que no pueden tomar decisiones sin la aprobación del pastor.
Inmadurez espiritual, donde la fe se basa en una persona y no en Cristo. Cuando un pastor falla (y siempre fallará, porque es humano), muchos se apartan de la fe. Grupos internos de los miembros se agrupan según su afinidad al líder, como pasó en Corinto. Y por último Cristo es desplazado donde la figura central de la iglesia deja de ser Jesús para convertirse en un hombre.
¿Cómo evitar este peligro?
La solución no está en menospreciar al pastor, sino en ponerlo en el lugar correcto. Algunas claves son:
- Exaltar siempre a Cristo: el centro de la predicación y adoración debe ser Jesús, no el líder.
- Conocer la Palabra: una iglesia bíblicamente instruida no será fácilmente engañada ni manipulada.
- Valorar al pastor como siervo: honrarlo y respetarlo, pero sin idolatrarlo.
- Discernir y probar los espíritus (1 Juan 4:1): no todo lo que un pastor diga es automáticamente verdad.
- Fomentar el sacerdocio universal de los creyentes: todos tenemos acceso a Dios por medio de Cristo, no necesitamos intermediarios humanos.
Conclusión
El pastor es un regalo de Dios para la iglesia, pero nunca debe ocupar el lugar de Dios en nuestra vida. Admirar, agradecer y respetar a nuestros líderes es bíblico, pero idolatrarlos es pecado.
Debemos recordar que el pastor es un instrumento, no la fuente; un siervo, no el Señor; un guía, pero nunca el destino. Su labor es apuntar al único digno de nuestra adoración: Jesucristo, el Buen Pastor que dio su vida por las ovejas. La iglesia necesita pastores que apunten a Cristo y congregaciones que vivan en la Palabra. Solo así se romperá el ciclo de la idolatría espiritual y se recuperará la centralidad de Jesús en medio de su pueblo.
La pregunta que te dejo es: ¿Tu pastor es un siervo que te guía a Cristo, o lo has convertido en tu ídolo?
- Reina Valera Revisada (1960). (1998). (Is 42.8). Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas. ↩︎

